La etapa de este sábado iba a tener dos sectores muy diferenciados.
La jornada matinal comprendió la subida a dos cumbres del término sobre las que no se me ocurre qué decir que no sepa todo el mundo: El Arabí y Los Gavilanes.
Como solemos hacer siempre, fuimos al Arabí por el camino de Las Moratillas, que aunque lo conozca con los ojos cerrados, nunca me acuerdo de apartarme cuando se desencadena la batalla en la última rampa.
Del Pulpillo a Los Hitos, y después a La Buitrera, anduvimos en dos grupos, por la rambla o el camino, según los gustos de cada uno. La rambla, en su parte final, se hace con dificultad, pero mientras guarde cierta humedad merecerá la pena recorrerla como alternativa al camino que, siempre al final, terminamos por tomar.
Ya en el Arabí intentamos, sin lograrlo, reagrupar a las 2 liebres que faltaban. Algo pasó con los satélites y los GPS que les impidió seguir la huella marcada. Después se supo que habían quedado en casa. Allí, en un cajón, es difícil que tengan utilidad.
Desde el nuevo Corral de las Pinturas alcanzamos la escalera; tan moderna como aquél, si no más. Recorrimos la senda (la que va por por la parte baja, la de siempre) y enfilamos la subida al Cuerno por el Camino de los Militares. Para mí, la subida con mayor exigencia técnica de los contornos. El camino, ya no existe, y esperemos que a nadie se le ocurra repararlo. Está muy bien como está, cojonudamente malo. Superada la cadena del principio, empieza la primera sucesión de escalones; más empinados según se acerca el portillo que supera la primera cingla rocosa que pone las pulsaciones al límite y el equilibrio a prueba. Y justo cuando estás a punto de echar pie a tierra la pendiente se suaviza y te deja respirar. Así se repite hasta tres veces antes de que aparezca el primer tramo de senda realmente empinado. Lo que suceda a partir de ahora depende de cómo nos hayamos tomado los repechos anteriores. Ahora la subida te lo exige todo y sin haber guardado fuerzas antes resulta imposible completarla; al menos manteniendo la suficiente dignidad. Pero que nadie piense que ser conservador bastará para llegar hasta la cumbre sin descabalgar. Esto nada más está al alcance de muy pocos. Antes o después, el Arabí te obliga a empujar la bici, cuando no a doblar las rodillas.
Llegando a la cumbre solo hay bicis y un viento cortante. Las liebres se han refugiado en un abrigo desde el que contemplan la imponente exhibición de un águila real suspendida en el viento ante el paisaje. El lugar y el momento hicieron ese almuerzo en la cima más especial que de costumbre. Espero que el sentido común rija las actuales negociaciones sobre el Plan de Uso del Monte Arabí y que llegar en bici a lo más alto siga siendo una gratificante experiencia y no se convierta en delito.
La jornada matinal comprendió la subida a dos cumbres del término sobre las que no se me ocurre qué decir que no sepa todo el mundo: El Arabí y Los Gavilanes.
Como solemos hacer siempre, fuimos al Arabí por el camino de Las Moratillas, que aunque lo conozca con los ojos cerrados, nunca me acuerdo de apartarme cuando se desencadena la batalla en la última rampa.
Del Pulpillo a Los Hitos, y después a La Buitrera, anduvimos en dos grupos, por la rambla o el camino, según los gustos de cada uno. La rambla, en su parte final, se hace con dificultad, pero mientras guarde cierta humedad merecerá la pena recorrerla como alternativa al camino que, siempre al final, terminamos por tomar.
Ya en el Arabí intentamos, sin lograrlo, reagrupar a las 2 liebres que faltaban. Algo pasó con los satélites y los GPS que les impidió seguir la huella marcada. Después se supo que habían quedado en casa. Allí, en un cajón, es difícil que tengan utilidad.
Desde el nuevo Corral de las Pinturas alcanzamos la escalera; tan moderna como aquél, si no más. Recorrimos la senda (la que va por por la parte baja, la de siempre) y enfilamos la subida al Cuerno por el Camino de los Militares. Para mí, la subida con mayor exigencia técnica de los contornos. El camino, ya no existe, y esperemos que a nadie se le ocurra repararlo. Está muy bien como está, cojonudamente malo. Superada la cadena del principio, empieza la primera sucesión de escalones; más empinados según se acerca el portillo que supera la primera cingla rocosa que pone las pulsaciones al límite y el equilibrio a prueba. Y justo cuando estás a punto de echar pie a tierra la pendiente se suaviza y te deja respirar. Así se repite hasta tres veces antes de que aparezca el primer tramo de senda realmente empinado. Lo que suceda a partir de ahora depende de cómo nos hayamos tomado los repechos anteriores. Ahora la subida te lo exige todo y sin haber guardado fuerzas antes resulta imposible completarla; al menos manteniendo la suficiente dignidad. Pero que nadie piense que ser conservador bastará para llegar hasta la cumbre sin descabalgar. Esto nada más está al alcance de muy pocos. Antes o después, el Arabí te obliga a empujar la bici, cuando no a doblar las rodillas.
Llegando a la cumbre solo hay bicis y un viento cortante. Las liebres se han refugiado en un abrigo desde el que contemplan la imponente exhibición de un águila real suspendida en el viento ante el paisaje. El lugar y el momento hicieron ese almuerzo en la cima más especial que de costumbre. Espero que el sentido común rija las actuales negociaciones sobre el Plan de Uso del Monte Arabí y que llegar en bici a lo más alto siga siendo una gratificante experiencia y no se convierta en delito.
Bajamos con cuidado, que la roca húmeda es traicionera. Despedimos a varios compañeros y seguimos por el Barranco de Los Muertos enlazando con la Rambla del Morteruelo. Por una avería, Paco Sánchez y las Liebres-Fuera Pistas, que iban delante, se separan del grupo sin saberlo. También sin GPS se despistan del grupo hasta salir de Los Picarios, donde nos volveríamos a reunir, ya en el final de la ruta.
Del Arabí a Los Gavilanes el terreno se nos antoja duro y pegajoso. El caso es que parece llano, pero a la altura de las Espernalas el ritmo de los de delante, sin ser exagerado, se vuelve un castigo para los de atrás. Cuesta mover la bici; te crees que vas pinchado. Lo que sucede es que estamos pagando la factura por haber subido El Arabí. El del mazo nos viene persiguiendo y las primeras víctimas empiezan a caer.
En el Pozancón otro grupo toma el camino de vuelta y el último reducto de liebres enganchadas se dirige a las cuestas de Los Gavilanes. Pepe del Ramo nos espera arriba donde, con suerte, nos volveremos a agrupar con los Fuera-Pistas que seguro que han vuelto a la huella correcta. No fue así. Bajamos la senda y tomamos el camino de vuelta por las tres sendas de Los Picarios, que se volverían a cobrar un par de víctimas. Saliendo al camino nos esperaban dos de las bicis perdidas en la Hoya Muñoz. Las otras dos nos alcanzarían por detrás llegando a la Rambla de Vera, reagrupándonos definitivamente para la cerveza final.
Una gran ruta ésta. Tan interesante resulta el camino como el destino. Lejos de los trazados anchos y bien compactados, cuando no asfaltados, se llega al Arabí para recorrerlo de un extremo a otro. La vuelta es la excusa para sendear bastantes kilómetros, que tanto bajan como suben en exigentes tramos que gastan las pocas fuerzas que van quedando. 62 km y 1150 metros de ascensión a los que hay que sumar ese plus de dureza que suponen las sendas y que nadie sabe bien cómo cuantificar.
El track aquí:
2 comentarios :
Recomendable ruta. Un buen ejemplo del partido que un puñado de liebres y sus monturas pueden sacarle a nuestro Altiplano.
Muy buena la crónica y en especial la descripción de la subida al cuerno del Arabí, nuestro Arabí al que seguiremos subiendo en bici y algunos, alguna vez lo haremos sin poner el pie.
La ruta tiene pinta de dureta dureta, una nueva vuelta de tuerca a nuestro patrimonio rural orquestada, como no, por el equipo de I+D de las Liebres que os reinventais día tras día.
Pronto volveremos a pedalear juntos
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