La
vuelta al término 2013 ya es historia y el Club se mueve hacia la próxima gran
cita: el maratón de verano. En este contexto, dos liebres y un gato nos
desplazamos el pasado sábado hasta Nava de Campana, junto a Hellín para
recorrer la segunda mitad de la ruta que estamos estudiando para la ocasión:
Yecla-Ayna.
Acompañados
por Emi, Rosa y Mónica, nuestras mujeres, Javi, Pepe y Yo salimos de mañana en
el Espace con las bicis en la baca. Poco antes de las 9 llegamos a Nava de
Campana, donde nosotros tomamos la bicis y ellas continuaron en el coche
con la intención de vernos en Ayna, a buena hora para tomar un baño y comer
tranquilamente. Qué lejos estaban nuestros planes de lo que realmente iba a
pasar.
Iniciamos
la ruta por la carretera de circunvalación de Hellín. Pasadas dos rotondas
enlazamos por unos caminos con el trazado de una de las marchas de la Ciudad del Tambor que
recorre la Rambla
del Pepino siguiendo una senda fácil, muy marcada y con tramos realmente bonitos
entre pinos y abundante vegetación. La cosa empieza bien.
Seguimos
por caminos hasta un caserío, las Casas de Río, donde cruzamos el Mundo, en
adelante el Río, que baja espectacular en ese tramo. A pocos metros de cruzar
llega el primer contratiempo de la mañana: una puerta impide el paso por el
camino y nos obliga a bordear el vallado por unos almendros mal labrados. Por
la orilla del monte se insinúa una senda que seguimos y que nos lleva a la zona
de los Puentes Romanos de Isso, sobre el mismo Río, cuya belleza recompensa con
creces el incómodo pasaje obligado por el campo cercado.
Puentes Romanos de Isso. |
Puentes Romanos de Isso. |
Almorzamos
en la presa y contemplamos el paraje que, ciertamente, merece la pena. Cuando
retomamos la marcha encontramos a las chicas que habían parado a hacer turismo
por la zona.
Embalse del Talave. |
Camino del desastre. |
Nos
metemos en un sendero marcado que muy pronto deja de ser ciclable y nos obliga
a recorrer a pie la mayor parte de sus 2 km de longitud, aunque todo tiene un lado
bueno: no tuve que bajar de la bici para meter aire a la rueda.
Otro
kilómetro de pista y llegamos a la
Casa de Andrés, (qué callado se lo tenía nuestro secretario) una ruina que se asoma a la cola del pantano.
Aquí costó mucho encontrar de nuevo el sendero. Esta primavera la vegetación ha
recobrado la posesión de muchos caminos y sendas poco transitados. Finalmente
dejamos a Pepe empeñado en cruzar el barranco por donde no se podía y
recuperamos el rumbo por otra senda que a los pocos metros deja de ser
ciclable. Recorremos otros 500
metros a pie, colgados en un acantilado peleando con las
zarzas. Cuando el desánimo nos vencía, llegamos a un abandonado aprisco de
ganado construido bajo el volado techo rocoso. A partir de aquí el sendero es
al menos andable, y pronto ciclable, para terminar en un área recreativa
próxima al Camino de Caravaca. Era ya más de la una y había terminado la misa
en la ermita de Santa Bárbara, así que dejamos para otra ocasión la visita a la
misma. Tampoco tuvimos ya ganas de subir a Liétor, pero mi sobrino Javi se
ofreció voluntario para hacernos de aguador: subió y bajó al pueblo para
abastecernos de bebidas frescas. Dios te lo pagará con muchos hijos, ya verás
como sí. Aproveché la espera para meter
más presión a la rueda, esta vez con un spray de espuma que al instante salía
por los agujeros abiertos por la infinidad de zarzas y espinas que llevábamos
pisados. Estuvimos planteando la posibilidad de utilizar el comodín de la
esposa y pedir el rescate (a la troika Emi-Moni-Rosa) abandonando la ruta. Pero, total estábamos a 16 km de Ayna y nos quedaba
por delante la parte más atractiva de la ruta: un bucólico paseo por pistas y
senderos disfrutando de la sombra y el frescor del Río. Así que decidimos
seguir. ¡Qué engañados estábamos!
El
termómetro marcaba 36 grados a la sombra. Hasta el GPS perdió el norte por un
instante, lo suficiente para que Pepe se nos escapara por el camino equivocado,
que supuso 2,5 km
extras bajo un Sol abrasador. Retomamos el camino correcto y cada repecho de
asfalto era más penoso que el anterior. Pronto desaparece el pavimento y la
pista de tierra se convierte en una estupenda y bonita senda, bien marcada,
encajonada en la ribera; una gozada. Llegados a una bifurcación, tomamos la de
la derecha. La senda se fue desdibujando hasta desaparecer frente a una casa al
otro lado del Río. Sé que por allí Álex y sus 50km habían cruzado, pero entre que la
densidad de las zarzas no permitía acercarse al agua y que no contábamos con el
seguro de vida que supone la compañía de Pepe Sánchez, abandonamos la idea de cruzar el Río sin puente y volvimos a la bifurcación
para tomar la senda de la izquierda, la que remonta una loma por una
pronunciada pendiente.
El innombrable. |
Encerrados en la hoya del Río no corría un pelo de aire.
Miré el termómetro y marcaba 46 grados. Encaré la subida y destaloné la rueda,
y allí, agazapado detrás de un enebro, allí estaba, el que nadie espera pero
que nunca se olvida de nosotros: el Tío del Mazo. Me dio de lleno. Los 700 metros empujando la
bici por la cuesta me parecieron siete leguas. Aprovechando otra vez que no me hacía
falta bajar de la bici metí más espuma en la rueda destalonada y de paso descansé sentado. Llegamos al collado y bajamos hasta
la aldea de Híjar conde repusimos agua y metí los pies en un cauce. La mujer
que nos indicó la fuente ya nos advirtió que faltaba un trecho para llegar a
Ayna. Pero había que llegar. Tampoco era fácil bajar en coche a ese sitio. Así
que seguimos hasta un salto de agua donde se iniciaba otra senda que en su día
sería ciclable, no me cabe duda, pero que la exuberante primavera que hemos
tenido se ha encargado de ocultar bajo un manto de zarzas y cardos.
Aparecemos
en Alcadina: otra aldea abandonada. Allí empieza de nuevo una pista. Pero los
tramos de hormigón no presagian nunca nada bueno y esta vez no iba a ser
distinto. A intervalos regulares se sucedían los repechos que mi mente era
incapaz de superar, ordenándome que echase pie a tierra, a lo cual yo obedecía
con sumisión. Quedan 3 km
y la ruta me ha vencido. Le pido a Javi que se adelante y que vuelva a buscarme
con el coche, y que no se olvide de la escoba y el recogedor para retirar mis
restos. Veo a Pepe por última vez y lo veo tan arriba que me hundo todavía más
de pensar en lo que me queda por subir. Al final todo acaba, hasta las cuestas,
y al volver una curva aparece Ayna. Majestuosa, impresionante, colgada hacia el
Río. Me he rehecho y entro en las calles del pueblo, que me parecen
empinadísimas y se me hacen interminables. Hasta que siendo las 16:12 llego al
aparcamiento donde estaba el coche, poco después que mis compañeros y antes de
que se iniciase la operación rescate.
Ésta ha
sido la tercera gran pájara que he sufrido. Esta vez del tamaño de un avestruz.
No esperábamos una ruta tan dura ni de tantas horas. Pendiente de no perder el
track y agobiado al ver la emboscada en la que había metido a mis compañeros,
(estaban avisados de que podría haber dificultades, pero no tantas) descuidé la
alimentación y se quedó casi toda en la mochila. Y lo pagué muy caro.
Finalmente
comimos muy bien en le restaurante La Toba.
Damos las gracias a los dueños que nos facilitaron el acceso
a los vestuarios donde darnos una reparadora ducha de agua fría y aguantaron
las brasas hasta las cinco de la tarde para servirnos huevos con patatas y unas
chuletas de cordero serrano para chuparse los dedos. La comida estuvo amenizada
por un cantautor manchego acompañado por el coro del grupo de senderistas de
Alcaraz que nos deleitó con un repertorio de los mejores clásicos del panorama
nacional e internacional y lo hicieron francamente bien.
Hablando con las calabazas (efecto de la insolación). |
Tras un
breve paseo por el pueblo para visitar el huerto de los hombres plantados,
volvimos a subir al Espace para llegar a Yecla a buena hora.
Una emboscada épica que nos llevó más allá del límite. Una emboscada a la altura de la del Puente de Poyotello, la Senda del Pernales o la nevada en el Manojar, solo que ahora con GPS, lo que no se sabe si es mejor o peor. Aunque no la volvería a hacer, tampoco me arrepiento, y espero que mis compañeros de calamidades me perdonen algún día. La verdad es que viendo las risas que nos gastamos tras la comida, creo que ya se les ha olvidado el mal rato.
Gracias a Emi y Javi por las fotos.
2 comentarios :
El dolor es tu mejor amigo....siempre esta ahi en los peores momentos.
Os metéis en cada Embolao. Pero al final hay recorrido alternativo (atractivo)?
Andrés
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