lunes, 17 de junio de 2013

Entre Liétor y Ayna: donde habita el Tío del Mazo.

La vuelta al término 2013 ya es historia y el Club se mueve hacia la próxima gran cita: el maratón de verano. En este contexto, dos liebres y un gato nos desplazamos el pasado sábado hasta Nava de Campana, junto a Hellín para recorrer la segunda mitad de la ruta que estamos estudiando para la ocasión: Yecla-Ayna.
Acompañados por Emi, Rosa y Mónica, nuestras mujeres, Javi, Pepe y Yo salimos de mañana en el Espace con las bicis en la baca. Poco antes de las 9 llegamos a Nava de Campana, donde nosotros tomamos la bicis y ellas continuaron en el coche con la intención de vernos en Ayna, a buena hora para tomar un baño y comer tranquilamente. Qué lejos estaban nuestros planes de lo que realmente iba a pasar.
Iniciamos la ruta por la carretera de circunvalación de Hellín. Pasadas dos rotondas enlazamos por unos caminos con el trazado de una de las marchas de la Ciudad del Tambor que recorre la Rambla del Pepino siguiendo una senda fácil, muy marcada y con tramos realmente bonitos entre pinos y abundante vegetación. La cosa empieza bien.
Seguimos por caminos hasta un caserío, las Casas de Río, donde cruzamos el Mundo, en adelante el Río, que baja espectacular en ese tramo. A pocos metros de cruzar llega el primer contratiempo de la mañana: una puerta impide el paso por el camino y nos obliga a bordear el vallado por unos almendros mal labrados. Por la orilla del monte se insinúa una senda que seguimos y que nos lleva a la zona de los Puentes Romanos de Isso, sobre el mismo Río, cuya belleza recompensa con creces el incómodo pasaje obligado por el campo cercado.
Puentes Romanos de Isso.
Puentes Romanos de Isso.
Aquí iniciamos un track recientemente publicado por los colegas de Cieza. Aparentemente no había más dificultad que sortear dos puertas en el camino. Inexplicablemente el autor no advirtió que el camino junto a los arrozales había sido inundado por el Río y reconquistado por la vegetación, resultando penoso el tránsito entre cañas y barro. La puerta que supuestamente se sorteaba sin dificultad por el terraplén, hubo que pasarla reptando como lagartos por debajo y pasando las bicis por encima. La segunda puerta no tuvo dificultad. Nada más nos detuvo y llegamos a la carretera del Pantano del Talave. Pero yo no dejaba de darle vueltas al recorrido buscando una variante porque lo que acabamos de pasar no es de recibo para ir con un grupo numeroso.
Presa del Talave.
Presa del Talave.
Almorzamos en la presa y contemplamos el paraje que, ciertamente, merece la pena. Cuando retomamos la marcha encontramos a las chicas que habían parado a hacer turismo por la zona. 
Embalse del Talave.
Camino del desastre.
Seguimos la pista con el pantano a nuestra derecha y subimos 1,5 km a ritmo tranquilo. Dejamos la pista por un camino que baja al pantano. Allí un grupo familiar de jabalís se refrescaba en el barro de la orilla. Al vernos asomar emprendieron la huida despavoridos, el padre, la madre y una purrela de jabatos. No entendí muy bien lo que gritaban porque estaban lejos, pero decían algo como ¡esconderse, que vienen los Chirlaques!
Embalse del Talave.
Nos metemos en un sendero marcado que muy pronto deja de ser ciclable y nos obliga a recorrer a pie la mayor parte de sus 2 km de longitud, aunque todo tiene un lado bueno: no tuve que bajar de la bici para meter aire a la rueda.
Otro kilómetro de pista y llegamos a la Casa de Andrés, (qué callado se lo tenía nuestro secretario) una ruina que se asoma a la cola del pantano. Aquí costó mucho encontrar de nuevo el sendero. Esta primavera la vegetación ha recobrado la posesión de muchos caminos y sendas poco transitados. Finalmente dejamos a Pepe empeñado en cruzar el barranco por donde no se podía y recuperamos el rumbo por otra senda que a los pocos metros deja de ser ciclable. Recorremos otros 500 metros a pie, colgados en un acantilado peleando con las zarzas. Cuando el desánimo nos vencía, llegamos a un abandonado aprisco de ganado construido bajo el volado techo rocoso. A partir de aquí el sendero es al menos andable, y pronto ciclable, para terminar en un área recreativa próxima al Camino de Caravaca. Era ya más de la una y había terminado la misa en la ermita de Santa Bárbara, así que dejamos para otra ocasión la visita a la misma. Tampoco tuvimos ya ganas de subir a Liétor, pero mi sobrino Javi se ofreció voluntario para hacernos de aguador: subió y bajó al pueblo para abastecernos de bebidas frescas. Dios te lo pagará con muchos hijos, ya verás como sí. Aproveché la espera para  meter más presión a la rueda, esta vez con un spray de espuma que al instante salía por los agujeros abiertos por la infinidad de zarzas y espinas que llevábamos pisados. Estuvimos planteando la posibilidad de utilizar el comodín de la esposa y pedir el rescate (a la troika Emi-Moni-Rosa) abandonando la ruta. Pero, total estábamos a 16 km de Ayna y nos quedaba por delante la parte más atractiva de la ruta: un bucólico paseo por pistas y senderos disfrutando de la sombra y el frescor del Río. Así que decidimos seguir. ¡Qué engañados estábamos!
El termómetro marcaba 36 grados a la sombra. Hasta el GPS perdió el norte por un instante, lo suficiente para que Pepe se nos escapara por el camino equivocado, que supuso 2,5 km extras bajo un Sol abrasador. Retomamos el camino correcto y cada repecho de asfalto era más penoso que el anterior. Pronto desaparece el pavimento y la pista de tierra se convierte en una estupenda y bonita senda, bien marcada, encajonada en la ribera; una gozada. Llegados a una bifurcación, tomamos la de la derecha. La senda se fue desdibujando hasta desaparecer frente a una casa al otro lado del Río. Sé que por allí Álex y sus 50km  habían cruzado, pero entre que la densidad de las zarzas no permitía acercarse al agua y que no contábamos con el seguro de vida que supone la compañía de Pepe Sánchez, abandonamos la idea de cruzar el Río sin puente y volvimos a la bifurcación para tomar la senda de la izquierda, la que remonta una loma por una pronunciada pendiente. 
El innombrable.
Encerrados en la hoya del Río no corría un pelo de aire. Miré el termómetro y marcaba 46 grados. Encaré la subida y destaloné la rueda, y allí, agazapado detrás de un enebro, allí estaba, el que nadie espera pero que nunca se olvida de nosotros: el Tío del Mazo. Me dio de lleno. Los 700 metros empujando la bici por la cuesta me parecieron siete leguas. Aprovechando otra vez que no me hacía falta bajar de la bici metí más espuma en la rueda destalonada y de paso descansé sentado. Llegamos al collado y bajamos hasta la aldea de Híjar conde repusimos agua y metí los pies en un cauce. La mujer que nos indicó la fuente ya nos advirtió que faltaba un trecho para llegar a Ayna. Pero había que llegar. Tampoco era fácil bajar en coche a ese sitio. Así que seguimos hasta un salto de agua donde se iniciaba otra senda que en su día sería ciclable, no me cabe duda, pero que la exuberante primavera que hemos tenido se ha encargado de ocultar bajo un manto de zarzas y cardos.
Aparecemos en Alcadina: otra aldea abandonada. Allí empieza de nuevo una pista. Pero los tramos de hormigón no presagian nunca nada bueno y esta vez no iba a ser distinto. A intervalos regulares se sucedían los repechos que mi mente era incapaz de superar, ordenándome que echase pie a tierra, a lo cual yo obedecía con sumisión. Quedan 3 km y la ruta me ha vencido. Le pido a Javi que se adelante y que vuelva a buscarme con el coche, y que no se olvide de la escoba y el recogedor para retirar mis restos. Veo a Pepe por última vez y lo veo tan arriba que me hundo todavía más de pensar en lo que me queda por subir. Al final todo acaba, hasta las cuestas, y al volver una curva aparece Ayna. Majestuosa, impresionante, colgada hacia el Río. Me he rehecho y entro en las calles del pueblo, que me parecen empinadísimas y se me hacen interminables. Hasta que siendo las 16:12 llego al aparcamiento donde estaba el coche, poco después que mis compañeros y antes de que se iniciase la operación rescate.
Llegando a Ayna (por la carretera).
Ésta ha sido la tercera gran pájara que he sufrido. Esta vez del tamaño de un avestruz. No esperábamos una ruta tan dura ni de tantas horas. Pendiente de no perder el track y agobiado al ver la emboscada en la que había metido a mis compañeros, (estaban avisados de que podría haber dificultades, pero no tantas) descuidé la alimentación y se quedó casi toda en la mochila. Y lo pagué muy caro.
Amanece que no es poco.
Amanece que no es poco.
Finalmente comimos muy bien en le restaurante La Toba. Damos las gracias a los dueños que nos facilitaron el acceso a los vestuarios donde darnos una reparadora ducha de agua fría y aguantaron las brasas hasta las cinco de la tarde para servirnos huevos con patatas y unas chuletas de cordero serrano para chuparse los dedos. La comida estuvo amenizada por un cantautor manchego acompañado por el coro del grupo de senderistas de Alcaraz que nos deleitó con un repertorio de los mejores clásicos del panorama nacional e internacional y lo hicieron francamente bien.
Hablando con las calabazas (efecto de la insolación).
Tras un breve paseo por el pueblo para visitar el huerto de los hombres plantados, volvimos a subir al Espace para llegar a Yecla a buena hora.
Una emboscada épica que nos llevó más allá del límite. Una emboscada a la altura de la del Puente de Poyotello, la Senda del Pernales o la nevada en el Manojar, solo que ahora con GPS, lo que no se sabe si es mejor o peor. Aunque no la volvería a hacer, tampoco me arrepiento, y espero que mis compañeros de calamidades me perdonen algún día. La verdad es que viendo las risas que nos gastamos tras la comida, creo que ya se les ha olvidado el mal rato.

Gracias a Emi y Javi por las fotos.

2 comentarios :

Francis dijo...

El dolor es tu mejor amigo....siempre esta ahi en los peores momentos.

Anónimo dijo...

Os metéis en cada Embolao. Pero al final hay recorrido alternativo (atractivo)?

Andrés