lunes, 13 de enero de 2014

¿Qué pasó en Santa Ana?

Cualquiera diría que quienes completasteis la ruta del sábado todavía no habéis recuperado el resuello, pues nadie ha dicho nada de nada. Y me mata la curiosidad por saber cómo terminó la subida a las antenas y cuántas víctimas se cobró la vuelta por el camino de la Jimena.

 Este sábado la participación sí fue destacable. Hasta 18 tomamos la salida. 15 quedamos para subir al Cabezo de la Sal de La Rosa. En esta ocasión tomando la desviación por la izquierda: una pista en muy buenas condiciones, que me gustó menos que el camino de la derecha, cojonudamente malo, como son mis favoritos. La bajada es técnica a ratos y con puntos difíciles en los que si eliges mal la trazada te puedes llevar un susto. Pero en los yesos compactos que forman su firme la diversión está garantizada.
Nos reagrupamos y seguimos. Estamos en Las Casas del Puerto. No más de cuatro son, y es trabajoso encontrar la salida sin tocar la carretera. La atravesamos y en las ruinas de la venta del El Moro paramos a reponer fuerzas, que falta nos harán.


Juanmi se teme lo peor y se vuelve por su cuenta. Los catorce restantes arrancamos con ritmo cansino hacia la antenas de Santa Ana, que desde hace kilómetros presiden el horizonte entre la niebla. Observo como nadie tira del grupo y todos remolonean buscando los puestos del final. Una tensión sorda se percibe en el ambiente. Nadie dice nada, pero por miedo a que caiga el cuchillo de entre los dientes.
Muy a mi pesar, pues el espectáculo estaba, a todas luces, servido, me separé del grupo con Raúl en busca del Collado de los Frailes. Pedro y Pepe se nos unieron. Ya contaréis lo que sucedió después.
Muy buena subida a Santa Ana la de ese Collado. El inicio por caminos desemboca en una senda de buena traza y agradable, que se va endureciendo según se acerca el final. Una buena recompensa.
Enlazamos de nuevo el track y bajamos del monte por la senda marcada, limpia y rápida, con apenas dos puntos más delicados.
Perdemos a Pepe en un cruce. Pedro lo esperaba pero ni lo vio ni lo oyó, y siguió por el asfalto rumbo a Jumilla capital. Nosotros, bordeando las fábricas tomamos el camino de La Jimena que nos trajo de nuevo a la civilización, a la que llegué, con Raúl un poco harto ya de mis prisas, justo a tiempo de mojarme un poco y de preparar la comida familiar con la que celebré mi 51 cumpleaños un día antes de serlo.


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