Han terminado las vacaciones y parece que Las Liebres han vuelto a coger la bici con ganas. Pero viéndolas esta mañana devorar kilómetros pedregosos y polvorientos, a mí no me engañan: aunque no se han dejado ver en todo agosto por la Fuente de los Leones, no han dejado de montar en todo el verano.
Un numeroso grupo, unos veinte, hemos partido, después de saludarnos y celebrar el reencuentro. Ritmo tranquilo en dirección a la Maneta, la vereda y el camino de las Moratillas, que hemos dejado antes de las últimas cuestas para cruzar la carretera de Montealegre y tomar rumbo al Pozuelo, Casa del Conde y Casa Marta.
Justo cuando el Sol empezaba a calentarnos la espalda, nos metemos en el monte, pero aunque la sombra de los pinos nos protege del calor, las cuestas, aunque suaves, hacen que se nos siga calentando el radiador.
Pasamos por El Cuadrado y cruzamos la carretera de Fuenteálamo por Las Leoncias siguiendo el gps. A estas alturas y con tanta revuelta, algunos están ya más perdidos que Pulgarcito y deciden no adentrarse más en el Calderoncillo y tomar el camino de regreso. Los demás nos damos un festín de caminos pedregosos, rotos y abandonados, de esos que tanto nos gustan a Las Liebres.
Paramos a reponer las fuerzas donde la rambla y el camino de cruzan; vamos, donde siempre. Se acaba el bocata y siguen las risas. Nos ponemos en marcha por el camino que se adentra en el monte y que sigue por esa senda de la que nunca encontramos la entrada. Y la ruta cambia el rumbo en dirección a los Gavilanes. Pero antes hay que salir de allí por un laberinto de carriles bici de esos que nos gustan tanto: perdidos caminos de cuando se recogía el esparto que las atochas vuelven a conquistar haciendo que las liebres incautas vuelen por los aires sin más ayuda que la de su ansia viva. Espero que el presi se haya recuperado del aterrizaje.
Pasamos los Gavilanes sin adentrarnos en la Sierra. Aun así, estuvimos en la mira de valientes cazadores apostados frente a un abrevadero esperando a sus víctimas.
Nos reagrupamos y un grupo toma la vuelta por el Cañajar. El resto volvemos por las Espernalas y disfrutamos de la bajada hasta el Madroño que tantas veces hemos hecho en subida.
Una última y polvorienta travesía nos deja a la entrada del collado de el Puerto, y ya con un calor impropio de la fecha subimos en silencio la senda sin parar en el collado. El sol abrasador nos invita a buscar el refugio a la sombra de la casa que hay junto al Pocico Lisón.
Acabamos por la Rambla Tortuga, que no se llama así, pero con ese nombre se quedó. Y por el camino del Factor llegamos al cerro de la Fuente y a la plaza de toros para refrescar nuestras resecas gargantas, a la espera de que llueva y los caminos, sendas y ramblas dejen de ser los polvazales y pedregales secos y sueltos en que este duro año de sequía los ha convertido.
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