viernes, 30 de agosto de 2024

LIEBRES Y FABES

 

LIEBRES Y FABES.

Parece que las tradiciones perdidas se recuperan y se consolidan con el nuevo formato de turismo veraniego en familia; aumentada ésta con la ebike y su exténder. 2024 ha traído la vuelta de Los Liebres a tierras asturianas 10 años después de su travesía por el Parque NacionalUbiña-Las Mesas.

Estableciendo el centro de operaciones en la aldea de Camango, del concejo de Ribadesella, hemos podido disfrutar las excursiones en BTT más representativas de la zona. Compaginando en tres días de ruta la indescriptible costa asturiana (hay que verla para entender lo que no se puede contar con palabras), las inaccesibles (por duras y restringidas) cumbres del Parque Nacional Picos de Europa, y el laberinto entretejido entre la montaña litoral y el Mar Cantábrico a través de prados, aldeas, arroyos y playas.

 Martes, 20 de agosto. Los Lagos.

 El clima asturiano, caprichoso y variable, no permite planificar más allá del día siguiente. Y como el tiempo daba para el martes 20 un día despejado, tomamos rumbo a los Lagos de Covadonga, con la esperanza de que la niebla no nos ocultase las vistas. Tras resolver el tetris que suponía meter cinco bicis en dos coches, salimos, a no tan temprana hora, hacia Benía de Onís; improvisado punto de partida de la ruta por el retraso acumulado. Una cerrada niebla en el valle nos hacía dudar si habíamos acertado con el día, pero ya estaba hecho el plan. Y siendo poco más de las 9:30 arrancamos desde la cota 200 por una empinada carreterilla que lleva a Demués, tras pasar por Bovia de abajo y de arriba (donde comeríamos al final de la ruta). Allí se abandona el asfalto, que continúan por el valle quesero de Gamoneu, y, con la autorización implícita de unos paisanos que guardaban la puerta, nos adentramos en la pista ganadera que nos llevará a los Lagos de Covadonga por un trazado alternativo al consabido ascenso por carretera tan sufrido y venerado por profesionales y pisapedales de todos los tiempos.

Las rampas de hormigón rayado se repiten a intervalos regulares. Conforme la pista gana altura nos situamos sobre las nubes que inundan el valle y se abren las espectaculares vistas del valle frente a los majestuosos macizos calcáreos. No nos podemos resistir al entorno y nos detenemos varias veces para guardar en la cámara lo que nos llena las retinas bajo la mirada atónita de las vacas y sus terneros, dueños y señores de toda la tierra que abarca la vista. Con permiso de águilas y buitres que nos sobrevuelan.


Se afronta el repecho más duro alcanzando la cota 1000, con pendientes del 23% con cierto tufillo a cable quemado. Repecho que termina en el mirador de Camba, donde damos cuenta de los tremendos bocadillos preparados por Paco Díaz casi de madrugada.

Al poco, el camino llega a los límites del Parque Nacional de los Picos de Europa. Al principio la señalización es dudosa (una bici con una raya verde parece invitar al pedaleo). Pero pronto aparece la señal R-114, justo antes de entrar en la Majada de Belbín: un idílico rincón antaño habitado por los pastores que subían a veranear con sus vacas a esos prados, matando el tiempo libre elaborando el tradicional queso Gamoneu, originario de estos mismos valles. Vacas y cabañas permanecen. De los pastores solo pudimos ver a un joven apoyado en su cayado. No más de 13 años tendría. Pero bien nos advirtió que si pisábamos la hierba, nos las veríamos con los de verde. Y poco tardó en sobrevolarnos un par de veces el helicóptero de la benemérita para comprobar si íbamos montados e empujando sin salirnos del camino. Poca broma, también para los buitres espantados.

Pocos kilómetros más arriba, ya confundidos en la turística multitud, divisamos el lago de La Ercina, llegando al mirador del Príncipe de Asturias (que debería ser princesa ¿no?) donde los buitres leonados que no huyeron despavoridos por el helicóptero de la Guardia Civil hacían unas increíbles exhibiciones de vuelo sobre otro lugar idílico: el Valle de Comeya, para deleite del abundante y boquiabierto público.



De nuevo sobre nuestras monturas, tras departir con los conductores del bus, nos acercamos al lago Enol y nos retratamos para la posteridad. Desde luego, no nos van a caber tantas fotos en el nicho… habrá que pensar en poner un marco digital y que vayan pasando solas. 

Iniciamos el descenso por el empinado y peligros asfalto, cruzándonos con muchos ciclistas de carretera, algunos en btt, autobuses, taxis y la mirada inquisidora de guardias malencarados. Para mí que los del helicóptero habían dado el cante y nos efectivos de tierra nos andaban buscando. Desde luego, las btt no son bienvenidas en los Lagos de Covadonga. No nos quedó ninguna duda.

Tras bajar las cuestas de la famosa Huesera, que antaño subiera en La Vuelta nuestro ilustre Pepe del Ramo, llegamos al Mirador de la Reina, destartalado y descuidado a más no poder, desde el que solo se veían las zarzas sin recortar por encima de la cabeza. Poco más abajo abandonamos el asfalto (y el Parque Nacional) por un camino ganadero que nos adentra en el solitario valle del río Umondi, que seguimos hasta la localidad de Intriago tras desistir del sendero que teníamos previsto y que resultó impracticable desde el inicio por lo que se tuvo que descartar.

Entre prados, huertos, caseríos y arroyos volvemos al punto de partida por un divertido recorrido a la sombra del bosque del que agradecimos su frescor, siendo casi las dos de un soleado día de agosto.

40 km y 1500 m contabilizan los gps al terminar. Insuficiente desgaste para la comida que nos esperaba en el Bar Restaurante Casa Patri, en la aldea de Bovia de arriba: menú degustación de la comida típica del pueblo, en un pequeño comedor para nosotros solos con vistas al valle, y cocinado por el ama de la casa bajo la atenta supervisión de su marido que ejerció de impecable anfitrión sin, por supuesto, tocar un solo plato.

Miércoles, 21 de agosto. Bulnes. Sotres. (a pie).

Se levanta el miércoles lloviendo y decidimos salir todos y todas de excursión a Bulnes. Exactamente la misma idea que tuvieron otras 3000 personas esa mañana. Llegando a Poncebos, los servicios de movilidad nos informan que la cola del funicular son tres horas y que no queda hueco para dejar el coche en ningún lugar. Que nos demos la vuelta un poco más adelante, en el único sitio posible. A todo esto había dejado de llover y decidimos seguir en coche hasta Sotres pasando allí el día.

Hacemos tiempo antes de comer. El apetito lo llevamos siempre puesto. Recorremos las calles de la aldea y visitamos un mirador con esplendidas vistas en el representativo lugar conocido como Plaza de la República. Volvemos al centro y entramos a comer. Fabes y un lechal al horno autóctono francamente bueno.


Solventado el almuerzo llevamos los coches al Collado de Pandébano para recorrer el sendero hasta Bulnes, que parte del grupo finalizó terminando el descenso por el funicular, ya no tan congestionado como de mañana.

 Jueves, 22 de agosto. La costa.

Para este día nos reservamos el plato fuerte de la semana: un recorrido circular visitando Ribadesella, la costa, la sierra costera y las poblaciones entre ambas.

Temerosos de lo que nos pudiésemos encontrar tras las lluvias del día anterior, salimos a buena hora y sin almuerzo de nuestra casa en Camango. Cruzando la carretera y la vía del tren pronto llegamos a la costa para recorrer los acantilados de El Infierno en dirección a Ribadesella. Los abundantes charcos no nos impiden avanzar y disfrutamos sucesivos tramos de caminos y senderos con el telón de fondo del Cantábrico y el rugido de sus olas como sintonía. Disfrute solitario al principio, al que se van añadiendo caminantes según nos acercamos a la ciudad. La que alcanzamos tras descender a pie los últimos tramos, demasiado resbaladizos, y, algunos, las escaleras que terminan de bajar a las calles del pueblo.

Cruzamos el Sella junto al puerto y remontamos por su margen izquierda la embarrada senda fluvial que lo acompaña, con tramos aislados de asfalto, donde destaca la túnel natural de La Cuevona, tras el que un puente colgante nos devolverá entre balanceos al otro margen del río en busca del caserío de Santianes. Allí tomamos el camino que, paralelo al arroyo con el mismo nombre, nos lleva del nivel del mar a la Sierra de la Cueva Negra, por un empinado camino (nada que no se pudiese esperar por esas tierras), pavimentado en sus primeros kilómetros, que se torna finalmente en una descarnada y pedregosa pista, con pendientes que alcanzan el 33% por las que discurre el agua del arroyo. Unos empujando más, y otros menos, alcanzamos nuestra cima, a 586 metros en apenas 4 km; al límite de estallarnos las piernas, las baterías o ambas cosas. Pero la recompensa mereció la pena. 

Desaparecido el camino, se abría ante nosotros un prado de vacas, suave, casi llano y despejado en dos kilómetros indescriptibles en su belleza y soledad. Evitando pisar la tierra empapada, con un tremendo sube y baja intermedio, alcanzamos el inicio del sendero que desciende hacia el río de Nueva zigzagueando entre helechos.



 Siguiendo ahora por la pista, por estar impracticable el sendero paralelo al río, llegamos al pueblo, tarde para almorzar y pronto para comer. Y tras reponer fuerzas iniciamos la tercera parte de la ruta, siguiendo caminos locales y largos tramos del Camino de Santiago. Destaca el trayecto entre Posada y Porrúa, donde el camino se estrecha en senda cerrada bajo el bosque que va jugando con el Arroyo de la Bola, donde metimos los pies al menos tres veces por temor a sumergir el motor. Por suerte era verano. Con tiempo frío, creo que habríamos dado media vuelta algunos.

Cruzamos la A8 y seguimos por los pueblos costeros: Celorio, Barro y Miembru, para llegar a la Playa de San Antolín, donde se inicia el sendero de la costa, a esta hora ya tomado por visitantes de todas las nacionalidades. Se alternan tramos de distinta dificultad descubriendo lugares increíbles como la playa de Gulpiyuri, punta y playa de Huelga, Cuevas del Mar, Gadamía y acantilados de Infiesto, este último segmento demasiado difícil y peligroso para andarlo en bici, pero de destacada belleza. Se puede evitar siguiendo el Camino de Santiago al abandonar Llames y ya no dejarlo hasta acabar la ruta.

Y siendo las cuatro de la tarde, llegamos al punto de partida, con 82 km y 1600 m en las piernas, varios kilos de barro en la bici y en el cuerpo y más hambre que Carpanta. Hambre que mitigó la abundante ensalada con los sabrosos tomates del huerto de Patro y los chuletones de vaca que compramos el primer día en el Alimerka.

Una ruta espectacular y una comida tremenda. Sin duda, mereció la pena.

 Viernes, 23 de agosto. Sotres (ahora, en bici).

Mucho más tarde de lo debido tomamos los coches en dirección a Sotres, de cuyo aparcamiento partiremos pasadas las 10:30. El día se presenta despejado y hoy sí podremos disfrutar las vistas que las nubes nos ocultaron dos días antes.

Habiendo subido dos días antes al Collado de Pandébano, decidimos suprimirlo de la ruta prevista, ante a evidente falta de tiempo que se nos iba a presentar al final. Así que una ven adentrados en la pista forestal (esto es Parque Nacional y no hay otra alternativa), tomamos dirección al Refugio de Aliva. Pista pedregosa y empinada que va descubriendo el valle del río Duje. Según dejamos atrás Las Vegas del Toro de Sotres la dificultad y la pendiente van creciendo hasta llegar al Hotel Refugio de Aliva, donde daremos cuenta, casi sin apetito, de unos contundentes bocatas.



Continuamos la marcha entre la procesión de veraneantes (en la que nos incluimos) que transita entre la estación superior del Teleférico de Fuente De y el Refugio. Ordenadamente, sin salir de la pista dejamos a un lado el Chalet Real, donde el bisabuelo de nuestro preparado monarca estuvo a punto de perpetrar la extinción del rebeco en esos valles, allá por 1912. En poco alcanzamos el collado de Juan Toribio para seguir subiendo hasta los 1934 m de la Horcadina de Covarrobres, donde de nuevo nos espera la Guardia Civil, aunque solo pudimos ver su coche.

Tras contemplar las increíbles vista: al Sur, el frondoso valle de Espinana y Fuente De con el teleférico más largo de Europa (753 m de desnivel, con 1450 m de cable, ya lo he mirado yo en la Wikipedia); al Norte, las blanquecinas masas calizas de los Picos de Europa, rozando los 2500 m, volvemos por donde hemos venido para retornar a Sotres por el mismo camino, excepción hecha de la visita a la Ermita de Nuestra Señora de Las Nieves, donde, ni de lejos, llegamos a tiempo de oír misa.


Pese a ser las dos de la tarde, decidimos continuar la ruta sin tan siquiera tomarnos una cerveza. Empezamos el ascenso por carretera en dirección a Treviso por durísimas rampas de buen asfalto que harían las delicias de los carreteros. Llegados a la Majada de la Hoya del Tejo, tomamos la pista a dercha que lleva hasta el Refugio de Andara, bajo un sol infernal sorteando un terreno desprovisto de sombra y sin apenas descanso. La hora del día y el cansancio acumulado hicieron mella en todos nosotros. Tras reponer agua en la fuente, se inicia el descenso. El camino es parte da la infraestructura de acceso a las minas de Matarrasa. Largas rectas montadas sobres calzadas de piedra seca se suceden hasta llegar al Monte de La Llama, donde el camino se adentra en un frondoso bosque de hayas, abrigado en el buen terreno, la humedad y una sombra espesa y fresca que lo transforman en un auténtico placer. Tampoco faltaron en esta bajada los tramos aéreos excavados en ladera con impresionantes vistas al Valle de Sobra, con Treviso al fondo. Una merecida recompensa al esfuerzo realizado que nos deja el  mejor sabor de boca para terminar una ruta a la que solo le faltaba volver a Sotres por la misma carretera antes remontada.

Y siendo las cuatro de la tarde, aparcamos las bicis en el lavadero de Sotres para devorar en Casa Cipriano unos platos combinados, con patatas, huevos y ternera de la tierra. Nos lo habíamos ganado, con los 52 km y 2100 m recorridos ese día.

 Estas rutas han sido muy distintas a las realizadas el año pasado en Pirineos. El terreno es más exagerado. La altura es menor pero el tránsito del mar a la montaña se realiza en pocos kilómetros. Las pendientes de los caminos son insufribles y los senderos ciclables muy escasos, cuando no prohibidos. A las restricciones legales se suma la naturaleza salvaje y cambiante que cierra y recupera para sí sendas y caminos a poco que dejen de usarse. Si añadimos la lluvia y el barro, hubo que resignarse a lo que razonablemente se podía recorrer sin poner en peligro nuestra integridad. En realidad estos días son la prueba de que con esta gente, cualquier sitio es bueno para salir con la bici a disfrutar. Si además el paisaje, el clima y la gastronomía acompañan ¿se puede pedir más?

 

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