LIEBRES Y FABES.
Parece que las tradiciones perdidas se
recuperan y se consolidan con el nuevo formato de turismo veraniego en familia;
aumentada ésta con la ebike y su exténder. 2024 ha traído la vuelta de Los
Liebres a tierras asturianas 10 años después de su travesía por el Parque NacionalUbiña-Las Mesas.
Estableciendo el centro de operaciones en
la aldea de Camango, del concejo de Ribadesella, hemos podido disfrutar las
excursiones en BTT más representativas de la zona. Compaginando en tres días de
ruta la indescriptible costa asturiana (hay que verla para entender lo que no se
puede contar con palabras), las inaccesibles (por duras y restringidas) cumbres
del Parque Nacional Picos de Europa, y el laberinto entretejido entre la
montaña litoral y el Mar Cantábrico a través de prados, aldeas, arroyos y
playas.
Martes,
20 de agosto. Los Lagos.
El clima asturiano, caprichoso y
variable, no permite planificar más allá del día siguiente. Y como el tiempo daba para el martes 20 un día despejado, tomamos rumbo a los Lagos de Covadonga, con la esperanza
de que la niebla no nos ocultase las vistas. Tras resolver el tetris que
suponía meter cinco bicis en dos coches, salimos, a no tan temprana hora, hacia
Benía de Onís; improvisado punto de partida de la ruta por el retraso
acumulado. Una cerrada niebla en el valle nos hacía dudar si habíamos acertado
con el día, pero ya estaba hecho el plan. Y siendo poco más de las 9:30
arrancamos desde la cota 200 por una empinada carreterilla que lleva a Demués,
tras pasar por Bovia de abajo y de arriba (donde comeríamos al final de la ruta).
Allí se abandona el asfalto, que continúan por el valle quesero de Gamoneu, y,
con la autorización implícita de unos paisanos que guardaban la puerta, nos
adentramos en la pista ganadera que nos llevará a los Lagos de Covadonga por un
trazado alternativo al consabido ascenso por carretera tan sufrido y venerado
por profesionales y pisapedales de todos los tiempos.
Las rampas de hormigón rayado se repiten
a intervalos regulares. Conforme la pista gana altura nos situamos sobre las
nubes que inundan el valle y se abren las espectaculares vistas del valle
frente a los majestuosos macizos calcáreos. No nos podemos resistir al entorno
y nos detenemos varias veces para guardar en la cámara lo que nos llena las
retinas bajo la mirada atónita de las vacas y sus terneros, dueños y señores de
toda la tierra que abarca la vista. Con permiso de águilas y buitres que nos
sobrevuelan.
Se afronta el repecho más duro alcanzando
la cota 1000, con pendientes del 23% con cierto tufillo a cable quemado. Repecho que termina en el mirador de Camba, donde damos cuenta de los tremendos bocadillos
preparados por Paco Díaz casi de madrugada.
Al poco, el camino llega a los límites
del Parque Nacional de los Picos de Europa. Al principio la señalización es
dudosa (una bici con una raya verde parece invitar al pedaleo). Pero pronto
aparece la señal R-114, justo antes de entrar en la Majada de Belbín: un
idílico rincón antaño habitado por los pastores que subían a veranear con sus
vacas a esos prados, matando el tiempo libre elaborando el tradicional queso
Gamoneu, originario de estos mismos valles. Vacas y cabañas permanecen. De los
pastores solo pudimos ver a un joven apoyado en su cayado. No más de 13 años
tendría. Pero bien nos advirtió que si pisábamos la hierba, nos las veríamos
con los de verde. Y poco tardó en sobrevolarnos un par de veces el helicóptero
de la benemérita para comprobar si íbamos montados e empujando sin salirnos del
camino. Poca broma, también para los buitres espantados.
Pocos kilómetros más arriba, ya
confundidos en la turística multitud, divisamos el lago de La Ercina, llegando
al mirador del Príncipe de Asturias (que debería ser princesa ¿no?) donde los
buitres leonados que no huyeron despavoridos por el helicóptero de la Guardia
Civil hacían unas increíbles exhibiciones de vuelo sobre otro lugar idílico: el
Valle de Comeya, para deleite del abundante y boquiabierto público.
De nuevo sobre nuestras monturas, tras
departir con los conductores del bus, nos acercamos al lago Enol y nos
retratamos para la posteridad. Desde luego, no nos van a caber tantas fotos en
el nicho… habrá que pensar en poner un marco digital y que vayan pasando solas.
Iniciamos el descenso por el empinado y peligros asfalto, cruzándonos con
muchos ciclistas de carretera, algunos en btt, autobuses, taxis y la mirada
inquisidora de guardias malencarados. Para mí que los del helicóptero habían
dado el cante y nos efectivos de tierra nos andaban buscando. Desde luego, las
btt no son bienvenidas en los Lagos de Covadonga. No nos quedó ninguna duda.
Tras bajar las cuestas de la famosa
Huesera, que antaño subiera en La Vuelta nuestro ilustre Pepe del Ramo,
llegamos al Mirador de la Reina, destartalado y descuidado a más no poder,
desde el que solo se veían las zarzas sin recortar por encima de la cabeza.
Poco más abajo abandonamos el asfalto (y el Parque Nacional) por un camino
ganadero que nos adentra en el solitario valle del río Umondi, que seguimos
hasta la localidad de Intriago tras desistir del sendero que teníamos previsto
y que resultó impracticable desde el inicio por lo que se tuvo que descartar.
Entre prados, huertos, caseríos y arroyos
volvemos al punto de partida por un divertido recorrido a la sombra del bosque
del que agradecimos su frescor, siendo casi las dos de un soleado día de
agosto.
40 km y 1500 m contabilizan los gps al
terminar. Insuficiente desgaste para la comida que nos esperaba en el Bar
Restaurante Casa Patri, en la aldea de Bovia de arriba: menú degustación de la
comida típica del pueblo, en un pequeño comedor para nosotros solos con vistas
al valle, y cocinado por el ama de la casa bajo la atenta supervisión de su
marido que ejerció de impecable anfitrión sin, por supuesto, tocar un solo
plato.
Miércoles,
21 de agosto. Bulnes. Sotres. (a pie).
Se levanta el miércoles lloviendo y
decidimos salir todos y todas de excursión a Bulnes. Exactamente la misma idea
que tuvieron otras 3000 personas esa mañana. Llegando a Poncebos, los servicios
de movilidad nos informan que la cola del funicular son tres horas y que no
queda hueco para dejar el coche en ningún lugar. Que nos demos la vuelta un
poco más adelante, en el único sitio posible. A todo esto había dejado de
llover y decidimos seguir en coche hasta Sotres pasando allí el día.
Hacemos tiempo antes de comer. El apetito
lo llevamos siempre puesto. Recorremos las calles de la aldea y visitamos un
mirador con esplendidas vistas en el representativo lugar conocido como Plaza
de la República. Volvemos al centro y entramos a comer. Fabes y un lechal al
horno autóctono francamente bueno.
Solventado el almuerzo llevamos los
coches al Collado de Pandébano para recorrer el sendero hasta Bulnes, que parte
del grupo finalizó terminando el descenso por el funicular, ya no tan
congestionado como de mañana.
Jueves,
22 de agosto. La costa.
Para este día nos reservamos el plato
fuerte de la semana: un recorrido circular visitando Ribadesella, la costa, la
sierra costera y las poblaciones entre ambas.
Temerosos de lo que nos pudiésemos
encontrar tras las lluvias del día anterior, salimos a buena hora y sin
almuerzo de nuestra casa en Camango. Cruzando la carretera y la vía del tren
pronto llegamos a la costa para recorrer los acantilados de El Infierno en
dirección a Ribadesella. Los abundantes charcos no nos impiden avanzar y
disfrutamos sucesivos tramos de caminos y senderos con el telón de fondo del
Cantábrico y el rugido de sus olas como sintonía. Disfrute solitario al
principio, al que se van añadiendo caminantes según nos acercamos a la ciudad.
La que alcanzamos tras descender a pie los últimos tramos, demasiado
resbaladizos, y, algunos, las escaleras que terminan de bajar a las calles del
pueblo.
Cruzamos el Sella junto al puerto y
remontamos por su margen izquierda la embarrada senda fluvial que lo acompaña,
con tramos aislados de asfalto, donde destaca la túnel natural de La Cuevona,
tras el que un puente colgante nos devolverá entre balanceos al otro margen del río en busca del
caserío de Santianes. Allí tomamos el camino que, paralelo al arroyo con el mismo
nombre, nos lleva del nivel del mar a la Sierra de la Cueva Negra, por un empinado
camino (nada que no se pudiese esperar por esas tierras), pavimentado en sus
primeros kilómetros, que se torna finalmente en una descarnada y pedregosa
pista, con pendientes que alcanzan el 33% por las que discurre el agua del
arroyo. Unos empujando más, y otros menos, alcanzamos nuestra cima, a 586
metros en apenas 4 km; al límite de estallarnos las piernas, las baterías o
ambas cosas. Pero la recompensa mereció la pena.
Desaparecido el camino, se
abría ante nosotros un prado de vacas, suave, casi llano y despejado en dos kilómetros
indescriptibles en su belleza y soledad. Evitando pisar la tierra empapada, con
un tremendo sube y baja intermedio, alcanzamos el inicio del sendero que
desciende hacia el río de Nueva zigzagueando entre helechos.
Siguiendo ahora
por la pista, por estar impracticable el sendero paralelo al río, llegamos al
pueblo, tarde para almorzar y pronto para comer. Y tras reponer fuerzas
iniciamos la tercera parte de la ruta, siguiendo caminos locales y largos
tramos del Camino de Santiago. Destaca el trayecto entre Posada y Porrúa, donde el
camino se estrecha en senda cerrada bajo el bosque que va jugando con el Arroyo de la
Bola, donde metimos los pies al menos tres veces por temor a sumergir el motor. Por suerte era verano. Con tiempo frío, creo que habríamos dado media vuelta algunos.
Cruzamos la A8 y seguimos por los pueblos
costeros: Celorio, Barro y Miembru, para llegar a la Playa de San Antolín,
donde se inicia el sendero de la costa, a esta hora ya tomado por visitantes de
todas las nacionalidades. Se alternan tramos de distinta dificultad descubriendo lugares increíbles como la playa de
Gulpiyuri, punta y playa de Huelga, Cuevas del Mar, Gadamía y acantilados de
Infiesto, este último segmento demasiado difícil y peligroso para andarlo en bici,
pero de destacada belleza. Se puede evitar siguiendo el Camino de
Santiago al abandonar Llames y ya no dejarlo hasta acabar la ruta.
Y siendo las cuatro de la tarde, llegamos
al punto de partida, con 82 km y 1600 m en las piernas, varios kilos de barro
en la bici y en el cuerpo y más hambre que Carpanta. Hambre que mitigó la
abundante ensalada con los sabrosos tomates del huerto de Patro y los chuletones
de vaca que compramos el primer día en el Alimerka.
Una ruta espectacular y una comida
tremenda. Sin duda, mereció la pena.
Viernes,
23 de agosto. Sotres (ahora, en bici).
Mucho más tarde de lo debido tomamos los
coches en dirección a Sotres, de cuyo aparcamiento partiremos pasadas las 10:30.
El día se presenta despejado y hoy sí podremos disfrutar las vistas que las
nubes nos ocultaron dos días antes.
Habiendo subido dos días antes al Collado
de Pandébano, decidimos suprimirlo de la ruta prevista, ante a evidente falta
de tiempo que se nos iba a presentar al final. Así que una ven adentrados en la
pista forestal (esto es Parque Nacional y no hay otra alternativa), tomamos
dirección al Refugio de Aliva. Pista pedregosa y empinada que va descubriendo
el valle del río Duje. Según dejamos atrás Las Vegas del Toro de Sotres la
dificultad y la pendiente van creciendo hasta llegar al Hotel Refugio de Aliva,
donde daremos cuenta, casi sin apetito, de unos contundentes bocatas.
Continuamos la marcha entre la procesión
de veraneantes (en la que nos incluimos) que transita entre la estación
superior del Teleférico de Fuente De y el Refugio. Ordenadamente, sin salir de
la pista dejamos a un lado el Chalet Real, donde el bisabuelo de nuestro
preparado monarca estuvo a punto de perpetrar la extinción del rebeco en esos
valles, allá por 1912. En poco alcanzamos el collado de Juan Toribio para
seguir subiendo hasta los 1934 m de la Horcadina de Covarrobres, donde de nuevo
nos espera la Guardia Civil, aunque solo pudimos ver su coche.
Tras contemplar las increíbles vista: al
Sur, el frondoso valle de Espinana y Fuente De con el teleférico más largo de Europa
(753 m de desnivel, con 1450 m de cable, ya lo he mirado yo en la Wikipedia); al
Norte, las blanquecinas masas calizas de los Picos de Europa, rozando los 2500
m, volvemos por donde hemos venido para retornar a Sotres por el mismo camino,
excepción hecha de la visita a la Ermita de Nuestra Señora de Las Nieves,
donde, ni de lejos, llegamos a tiempo de oír misa.
Pese a ser las dos de la tarde, decidimos
continuar la ruta sin tan siquiera tomarnos una cerveza. Empezamos el ascenso por carretera en dirección a Treviso
por durísimas rampas de buen asfalto que harían las delicias de los carreteros.
Llegados a la Majada de la Hoya del Tejo, tomamos la pista a dercha que lleva hasta el Refugio de
Andara, bajo un sol infernal sorteando un terreno desprovisto de sombra y sin
apenas descanso. La hora del día y el cansancio acumulado hicieron mella en
todos nosotros. Tras reponer agua en la fuente, se inicia el descenso. El
camino es parte da la infraestructura de acceso a las minas de Matarrasa.
Largas rectas montadas sobres calzadas de piedra seca se suceden hasta llegar
al Monte de La Llama, donde el camino se adentra en un frondoso bosque de hayas,
abrigado en el buen terreno, la humedad y una sombra espesa y fresca que lo
transforman en un auténtico placer. Tampoco faltaron en esta bajada los tramos
aéreos excavados en ladera con impresionantes vistas al Valle de Sobra,
con Treviso al fondo. Una merecida recompensa al esfuerzo realizado que nos
deja el mejor sabor de boca para
terminar una ruta a la que solo le faltaba volver a Sotres por la misma
carretera antes remontada.
Y siendo las cuatro de la tarde,
aparcamos las bicis en el lavadero de Sotres para devorar en Casa Cipriano unos
platos combinados, con patatas, huevos y ternera de la tierra. Nos lo habíamos
ganado, con los 52 km y 2100 m recorridos ese día.
Estas rutas han sido muy distintas a las realizadas
el año pasado en Pirineos. El terreno es más exagerado. La altura es menor pero
el tránsito del mar a la montaña se realiza en pocos kilómetros. Las pendientes
de los caminos son insufribles y los senderos ciclables muy escasos, cuando no
prohibidos. A las restricciones legales se suma la naturaleza salvaje y
cambiante que cierra y recupera para sí sendas y caminos a poco que dejen de
usarse. Si añadimos la lluvia y el barro, hubo que resignarse a lo que
razonablemente se podía recorrer sin poner en peligro nuestra integridad. En realidad
estos días son la prueba de que con esta gente, cualquier sitio es bueno para
salir con la bici a disfrutar. Si además el paisaje, el clima y la gastronomía acompañan
¿se puede pedir más?